A la gitana flamenca, le importan un bledo las faralaes; cualquier momento es bueno para hacer fiesta, cantar y bailar; una simple botella de vino es razón suficiente para que la visite el duende aunque le sorprenda en bata y alpargatas.
Vive en flamenco desde el claustro materno, desde que su madre preñá de meses, se lanzaba sin pensárselo a la bulería y el zapateado a la menor de cambio.
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